domingo, 29 de mayo de 2011

José Ángel Valente: Cuerpo y deseo

El temblor
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La lluvia
como una lengua de prensiles musgos
parece recorrerme, buscarme la cerviz,
bajar,
lamer el eje vertical,
contar el número de vértebras que me separan
de tu cuerpo ausente.
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Busco ahora despacio con mi lengua
la demorada huella de tu lengua
hundida en mis salivas.
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Bebo, te bebo
en las mansiones líquidas
del paladar
y en la humedad radiante de tus ingles,
mientras tu propia lengua me recorre
y baja,
retráctril y prensil, como la lengua
oscura de la lluvia.
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La raíz del temblor llena tu boca,
tiembla, se vierte en ti
y canta germinal en tu garganta.
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Material Memoria, III
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El encuentro fugaz de los amantes
en las furtivas camas del atardecer
y ya el adiós como de antes casi
de empezar el amor
y el jadeante amor
bebiendo entre tus ingles
el vientre azul de tu primer desnudo,
tus párpados
y el súbito
pulso roto de un tiempo inmemorial
largando amarras hacia adentro del tiempo.
Tú decías será de noche, amor.
Y ya caía
la luz,
mas era igual, como era igual
igual a igual
y nunca a siempre, jamás a todavía
en la sola estación
solar
de tu mirada.
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Prohibición del incesto
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Piedra cuadrangular.
....................................El buho reposa
en la lubricidad del pensamiento.
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Igual en el secreto envoltorio del vientre.
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El cuerpo de la mujer se quiebra así
en dos formas sangrientas.
Recuerdo el parto al amanecer
como lleno de aire salino
y la fatiga de haber corrido mucho por los arenales.
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Piedra cuadrangular.
...................................El tiempo roto
en dos cuerpos que eran antes
y que serán después,
mientras el amante recién engendrado
entra en el cuerpo de la mujer madre
con el alarido de la posesión.
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Y el mismo rito.
..........................Y el mismo cuerpo.
Y la prohibición solar
de amar lo que hemos engendrado.
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José Ángel Valente (1929, Ourense-2000, Ginebra). Poeta. Ensayista. De Punto Cero (Poesía 1953-1979) Seix Barral, 1980; y de José Ángel Valente, Noventa y nueve poemas, Alianza Editorial, 2001. Ha publicado, entre otros: Poemas a Lázaro, 1960. La memoria de los siglos, 1966. Breve son, 1968. Interior con figuras, 1976. Material Memoria, 1979. Al dios del lugar, 1989. No amanece el cantor, 1992. Fragmentos de un libro futuro, 2000.

sábado, 21 de mayo de 2011

Paul Celan, la memoria y el silencio

Corona
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En mi mano come el otoño su hoja: somos amigos.
Descascaramos el tiempo de las nueces y le enseñamos a andar:
El tiempo retorna a la cáscara.
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En el espejo es domingo,
en el soñar se duerme,
la boca dice verdad.
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Mi ojo desciende al sexo de la amada:
nos miramos,
nos decimos lo oscuro,
nos amamos uno al otro como amapola y memoria,
dormimos como vino en las conchas,
como el mar en el rayo de sangre de la luna.
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Estamos abrazados en la ventana, nos miran desde la calle:
¡Ya es tiempo de que se sepa!
Ya es tiempo de que la piedra se avenga a florecer,
que a la inquietud le palpite un corazón.
Ya es tiempo de que sea tiempo.
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Ya es tiempo.
.
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Shibbólet
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Junto con mis piedras,
crecidas en el llanto
detrás de las rejas,
.
me arrastraron
al centro del mercado,
allí
donde se despliega la bandera, a la que
no presté juramento.
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Flauta,
flauta doble de la noche:
piensa en la oscura
aurora gemela
en Viena y Madrid.
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Pon tu bandera a media asta,
memoria.
A media asta
hoy para siempre.
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Corazón:
date a conocer también
aquí, en medio del mercado.
Dí a voces el shibbólet
en lo extranjero de la patria.
Febrero. No pasarán*
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Einhorn:
tú sabes de las piedras,
tú sabes de las aguas,
ven,
yo te llevaré lejos,
a las voces
de Extramadura.
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Paul Celan (1920, Czernowitz, Rumania -1970, París). Poeta de habla alemana. Deportado, junto a sus padres, a un campo de exterminio nazi. Sus padres, asesinados, él logra salvarse. De Obras completas, Editorial Trotta, 1999. Traducción: José Luis Reina Palazón. * En español en el original.

domingo, 15 de mayo de 2011

García Sabal, entre piedra, arena y espejos

18
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Entre las cosas viejas, entre las cosas
que uno guarda como viejas, encontré,
un ovillo de papel viejo, un dibujo.
No lo había olvidado, pero con los años
todo se hace flaco, se entumece la memoria.
Abrí la cartulina, la clavé en una pared
y miré largo rato ese cuerpo austero,
cara, ojos, boca, lo joven intacto.
Entonces le hablé, hablé a ese que fui,
y era ajeno, extraño a mi corazón.
Sin arrepentiemiento volví a ovillarlo
y lo guardé en el lugar de lo viejo.
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Después caminé por la casa y vi un jardín
(que no tengo) y leopardos que eran pumas
y panteras o pájaros altos (que no conozco)
y también cebras que eran burros o asnos
y la cola de un caballo blanco y la seda
de una yegua dormida como un gato.
Me dije, entonces, que el recuerdo era otro
y la memoria otra: una trampa que ardía,
extranjera, monótona, como la vida.
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20
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Ahora es la hora de acordarnos: somos
nosotros, no hay nada que temer: no hay
nubes negras en ninguna parte y el sol
repetirá su lado de sombra. No hay nada que temer.
Está en orden la rueda del mundo, y la vida
sigue más allá de nosotros, mientras remamos
hacia algo que nos esquiva y arrastra:
sombra, sol, pies, espejos que se hunden,
botes haciendo agua, pasillos hacia abajo.
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Ahora que todo es piedra y arena y no buscamos
algo perdido en otra vida, es la hora de andar
solos entre lluvias y barro, la hora de ir
entre pasado y futuro, en agua, hoyo de agua,
espiral, lazo en la garganta. Es ahora la hora.
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Jorge García Sabal (1948, Balcarce, Buenos Aires- 1996, Buenos Aires), de Sutura. Libros de poesía: El fuego de las aguas, 1979. Figura de baile, 1981. Mitad de la vida, 1983. Lugares propios, 1987. Tabla rasa, 1990. Sutura, 1994.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Dos poemas de Margaret Atwood

Has oído al hombre al que amas
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Has oído al hombre al que amas
hablando consigo mismo en el cuarto de al lado.
No sabía que le escuchabas.
Pegaste el oído al muro
pero no conseguías captar las palabras,
sólo una especie de ruido sordo.
¿Estaba enfadado? ¿Estaba maldiciendo?
¿O era una especie de comentario
como una larga y críptica nota al pie en una página de versos?
O buscaba algo que había extraviado,
como las llaves del coche?
Entonces, de repente, se puso a cantar.
Te asustaste
porque era algo nuevo,
pero no abriste la puerta, no entraste,
y siguió cantando con su voz grave, desafinada,
densa y dura como el brezo.
La canción no era para ti, no te mencionaba.
Tenía otra fuente de contento,
nada que ver contigo en absoluto,
era un hombre desconocido, que canta en su cuarto, solo.
¿Por qué te sentiste tan dolida, y tan curiosa,
y al mismo tiempo tan feliz,
y también tan libre?
.
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Una mujer pobre aprende a escribir
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Está en cuclillas, los pies desnudos,
abiertos, sin
gracia; la falda metida alrededor de los tobillos.
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Tiene la cara marchita y agrietada.
Parece vieja,
más vieja que nadie.
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Probablemente tiene treinta años.
Sus manos, también arrugadas y agrietadas,
garabatean con torpeza. Su pelo está escondido.
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Escribe con un palo, laboriosamente,
en la tierra húmeda y gris,
mientras frunce, con ansiedad, el ceño.
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Escribe letras grandes, anchas.
Ahí está, terminada,
su primera palabra hasta ahora.
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Nunca pensó que podría hacerlo,
ella, no.
Eso era para otros.
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Mira hacia arriba, sonríe
como disculpándose,
pero no lo hace; esta vez, no; ahora sí lo hizo bien.
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¿Qué está escrito en el barro?
Su nombre. No podemos leerlo.
Pero lo podemos adivinar. Mira su cara:
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¿Es una Flor gozosa? ¿Radiante? ¿Sol reflejado en el Agua?
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Margaret Atwood (1939, Ottawa, Canadá) de La puerta. Narradora. Poeta. Ensayista. La puerta, Bruguera, 2009, es un compendio de tres poemarios anteriores: Los diarios de Susanna Moodie, Luna nueva y Juegos de poder. Traducción: María Pilar Somacarrera Íñigo.

sábado, 7 de mayo de 2011

Un poema de Anne Sexton

Descalza
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Amarme cuando me quito los zapatos
significa amar mis largas piernas morenas,
queridas, tan buenas como cucharas;
y mis pies, esos dos niños
a los que se deja hurgar desnudos. Protuberancias,
los dedos de mis pies. Sin límites.
Más aun, mira las uñas y
las articulaciones prensiles y
los diez tramos, raíz a raíz.
Todo enérgico y salvaje, este pequeño
cerdito fue al mercado y este pequeño cerdito
se quedó. Largas piernas morenas y largos dedos morenos.
Más arriba, mi amor, la mujer
está llamando a sus secretos, pequeñas casas,
pequeñas lenguas que te hablan.
.
No hay nadie más que nosotros
en esta casa sobre la lengua de tierra.
El mar lleva una campana en el ombligo.
Y yo soy tu putita descalza por una
semana completa. ¿Te apetece un poco de salami?
No. ¿Prefieres acaso un scotch?
No. En realidad no bebes. Me bebes
a mí. Las gaviotas matan peces,
chillan como niños de tres años.
La espuma es un narcótico, llamando,
Soy yo, soy yo, soy yo
toda la noche. Descalza,
recorro arriba y abajo tu espalda con suaves golpecitos.
Por la mañana corro de puerta en puerta
de la cabaña jugando al pilla pilla.
Ahora me tomas por los tobillos.
Ahora subes por mis piernas poco a poco
y vienes a perforarme en la señal de mi ansia.
.
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Anne Sexton (1928, Newton, Massachusetts-1974, Boston), de Poemas de Amor, 1969. Antología El Asesino y otros poemas, Icaria Poesía, 1996. Traducción: Jonio González y Jorge Ritter.

martes, 3 de mayo de 2011

Susana Villalba, un poema

La pantera
.
Matar al animal
requiere un animal
sin sombra.
Vas caminando por un monte
o te parece, no sabés dónde estás;
creés que lo sabías
cuando llegaste.
Ese negro
bien puede ser una pantera
o mujer,
no te das cuenta.
La mirada salvaje te gusta,
no, te calienta.
No, te mira
como quien no comprende
dónde está.
Ya estás perdida,
tendrías que llevarla a tu casa
pero sabés como termina:
un animal herido
siempre ataca.
Tendrías que matarla,
ahora,
antes de que sea tarde
o por piedad.
Pero esa mirada es una trampa,
si es pantera
sabe matar mejor
que vos.
Nadie sabe tu nombre
aquí
y ahora él
o mujer te da la espalda.
Pensás en un Remington
liviano
de distancia corta.
Pero nadie escucharía,
Red Hot los distrae,
a vos también.
Y no se mata por la espalda,
lo viste en las películas
o creés en eso.
Matar
es otra cosa.
Ahora te mira y ya sabés,
vas a llevarla a tu casa.
Está tocada por la gracia,
está a la vista
o vos lo ves, no estás segura,
o tiene algo
que creés comprender.
Y sin embargo
sabés cómo termina:
no sabés cómo
te hirió si te quería.
No querés acercarte,
te mira como miran los gatos
cerrando los ojos.
Es un hombre
por la manera de fumar,
se apoya en la barra
frente a vos,
los dos están perdidos.
Pensás en el Remington
nunca tuviste uno.
Matar es otra cosa.
Nadie puede comprenderlo,
el negro tampoco pero ve
que tenés un cigarrillo
en la mano
y otro ardiendo
en el cenicero;
se acerca y lo fuma.
Estás perdida,
creés saber cómo termina
y volvés a equivocarte,
apaga el cigarrillo
y se va.
Ahora nadie
se parece a tu deseo.
Y es que no se parecía.
Una pantera perdida
en su memoria
o forma de mirar
o lo que fuera
que no vas a saber.
Tomás un taxi pensando
demasiada belleza no es el móvil,
es la coartada.
Para matar una pantera
hay que cerrar los ojos.
.
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Susana Villalba (1957, Buenos Aires), de Matar a un animal. Libros publicados: Oficiante de sombras, 1982. Clínica de muñecas, 1986. Susy, secretos del corazón, 1989. Matar a un animal, 1997. Plegarias, 2004.