domingo, 27 de febrero de 2011

Un relato de Adriana Lunardi

Flapper
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Uno descalzo, el otro no. Paralelos como las lámparas de gas, fijadas al techo por donde tantas veces ve pasar la historia de su vida. Zelda observa sus pies, orgullosa de la posición arrogante y alerta que asumen aunque ella permanezca acostada, sin saber si ya es o no de día.
..El derecho, en su desnudez distraída, revela un arco anguloso, deformado por años de zapatilla; el izquiero, envuelto en una lana apelmazada color naranja, hace pensar en un guerrillero que desafía la blancura totalitaria del cuarto. Su compañero andará seguramente perdido entre las sábanas, revueltas tras la larga batalla noctura contra el mal sueño.
..Zelda estira con dificultad los brazos y las piernas hasta que la columna vertebral le reclame el olvido a que ella la relegó después de años de exigirla para superarse físicamente. Pero eligió demasiado tarde ser bailarina. Y también pintar. Y escribir. No tenía, definitivamente, noción del tiempo. Scott fue el primero en alertarla, le aconsejó ser más responsable y tomar con seriedad al menos uno de sus talentos.
..Viejo Scott, ¿por qué bares andarás ahora?
..Siempre inmóvil, Zelda intentará aferrarse a restos de somnolencia, aun sabiendo que, como las nubes, los sueños sufren del defecto de la disipación. Se esfuerza, desiste. Olvidar es bueno, cree ella; olvidando se evitan los relatos y las interpretaciones que la devuelven hacia lo peor de sí misma, en un círculo que gira, hipnótico, embudo por donde siempre se cae hacia la aniquilación.
..Sus pies tocan el suelo y ella siente que el frío de la piedra pone en marcha un segundo y extraño despertar. Como por un hilo conductor, la sensación sube por la columna vertebral oxigenando de escalofriante vitalidad cada hueso y cada nervio de su delicado mecanismo interno. Toda la panacea y los millares de electroshocs, tan inútiles, parecen confabularse ahora para desembotar la lucidez y la voluntad alienadas.
..Incrédula, Zelda se lleva los dedos al rostro, temerosa de la superficie áspera del eccema que le enmascara las expresiones, pero no lo encuentra. Si tuviera un espejo, reencontraría, en cambio, su cara limpia, los mismos rasgos de antes, de siempre.
..Por primera vez, siente que recobra su audacia de chica rica de Alabama. Es necesario terminar el libro, escribirle a Scott, pedirle que venga a buscarla; quedarse al lado de Scottie, en quien vive lo mejor de lo que ella y su esposo han sido.
..Zelda tiene prisa. Descarta la media de lana perdida para apoderarse por entero de aquella novedad que le llega del suelo y que, desde ahora, reconoce como la cura.
..Sin pensar en cómo está vestida sale por el corredor, buscando a quién avisar que ya está despierta, lista para partir; uno de aquellos hombres de uniforme, el médico de guardia, algún interno igual a ella. ¿Pero dónde están todos? La alegría no la deja detenerse. Zelda tiene esa urgencia de los recién nacidos: insuflar al pecho el primer soplo del mundo de los vivos.
..Llega a la planta baja deslizando la mano por la baranda de la escalera; atraviesa salas y enfermerías, encontrando a cada paso una nueva y extraña ausencia. Y gana el jardín, y comprende que sólo la primera y última estrella brilla todavía.
..Es tan temprano que hasta los pájaros duermen. En el aire, un silencio que Zelda hace mucho que no escucha. Todas aquellas voces sobre sus hombros, calladas ahora rigurosamente, la vuelven tan leve que hasta podría danzar. Y danza, como una Pavlova. Danza como el viento.
..La música que siguen sus pasos le sale de los músculos. Los pies descalzos apenas pisan el suelo, revocando inocentemente la ley de la gravedad. Con la transparencia suave del cambray, su camisa fluctúa y da contorno a los movimientos de una coreografía vigorosa. Un salto perfecto y la bailarina gira en el aire, segura de que en su estabilidad está el equilibrio provisorio.
..A lo lejos, el tintinear de una campanilla insiste en ser oído. Se acerca, gana volumen y ahora es una sirena aterradora que la desorienta, haciéndola caer.
..Zelda abre los ojos. A su alrededor, todo lo que era blanco está invadido por lenguas anaranjadas que suben y bajan en un ballet furioso. Un humo espeso le cierra los pulmones, impidiéndole respirar. Arrebatada de pánico, grita llamando a Scott y de inmediato comprende que él no podrá venir. Que nadie puede.
..Intenta erguirse, inútilmente. Sus muñecas y sus tobillos están atados a la cama, desde el día en que llegó aquí. Mira sus pies, blancos y finos, dos lámparas incandescentes. Comienza a moverlos, despacio, para marcar el compás que su corazón le dicta. Entonces, un par de alas le brota de los calcañares, revelando esa antigua crisálida que intuía la bailarina.
..Zelda se desembaraza de las amarras con la agilidad sutil de una mariposa que se sustenta en el vuelo. Para ella, no era temprano, ni tarde. Era la hora.

......................................................................And Zelda died like a butterfly
.........................................................................................Beating her wings against the fire
.........................................................................................Peter Daltry
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Adriana Lunardi (Nace en Santa Catarina, Brasil. Vive en Río de Janeiro), de Vísperas, 2007, Bajo la luna. Traducción: Leopoldo Brizuela. En este libro, penetra en la intimidad de los días finales de Woolf, Parker, A.C.Cesar, Colette, Lispector, Mansfield, Plath, Zelda Fitzgerald y Júlia Da Costa. Libros publicados: As meninas da torre Helsinque, cuentos, 1996. Vesperas, 2002. Corpo estranho, novela, 2006.
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miércoles, 23 de febrero de 2011

Duras, sus primeras etapas, fragmento

..Así pues, la primera vez que Suzanne se paseó por el barrio alto fue en cierto modo por consejo de Carmen.
..Nunca pensó que había de ser un día importante en su vida aquel en que, por primera vez, sola, a los diecisiste años, salió a descubrir una gran ciudad colonial. Ignoraba que allí reina un orden riguroso y que las categorías de sus habitantes están tan diferenciadas que uno está perdido si no alcanza a encontrarse a sí mismo en una de ellas.
..Suzanne se esforzaba en andar con naturalidad. Eran las cinco. Todavía hacía calor, pero ya había pasado el bochorno del mediodía. Las calles se llenaban poco a poco de blancos descansados por la siesta y refrescados por la ducha al atardecer. La gente la miraba. Se volvían y sonreían. Ninguna muchacha blanca de su edad deambulaba sola por las calles del barrio alto. Aquellas con las que uno se tropezaba, pasaban en pandillas, luciendo ropa deportiva. Algunas, con una raqueta de tenis bajo el brazo. Se volvían, la gente se volvía. Al volverse, sonreían. ¿De dónde saldrá esa desdichada extraviada en nuestras aceras?. Las mujeres raramente iban solas. Andaban en grupo. Suzanne se las cruzaba. En torno a todos los grupos flotaba el perfume de cigarrillos americanos, de los frescos efluvios del dinero. Todas las mujeres le parecían guapas, y su elegancia estival era un insulto a todo lo que no eran ellas. Caminaban como reinas, hablaban, se reían, hacían gestos que armonizaban con el ambiente general, que era el de una extraordinaria opulencia. El hecho se había producido gradualmente, desde que Suzanne se internó en la avenida que discurría entre la línea del tranvía y el centro del barrio alto, a continuación se había consolidado, y había ido aumentando hasta convertirse, cuando la muchacha alcanzó el centro del barrio alto, en una imperdonable realidad: hacía el ridículo y se notaba; Carmen se equivocaba. No estaba al alcance de todo el mundo caminar por aquellas calles, por aquellas acercas, entre aquellos grandes señores y aquellos hijos de reyes. No todo el mundo disponía de la misma capacidad de moverse. Ellos parecían encaminarse hacia una meta concreta, en un entorno familiar y entre personas de su clase. Ella, Suzanne, no tenía meta alguna, ni gente de su clase, y se hallaba por primera vez en aquel teatro.
..En vano intentó pensar en otra cosa.
..Seguían fijándose en ella.
..Cuando más se fijaban, más convencida estaba de que era objeto de una fealdad y una estupidez integrales. Bastó que uno solo comenzase a fijarse en ella para que de inmediato aquello se extendiera como un reguero de pólvora. Todas las personas con las que se cruzaba parecían estar ya al tanto, la ciudad entera estaba al tanto, y ella no podía hacer nada, no podía seguir sino avanzando, completamente rodeada, condenada a tropezarse con aquellas miradas clavadas en ella, con unas risas que iban en aumento, que pasaban a su lado, que la salpicaban por detrás. No se caía muerta, pero caminaba por el borde de la acerca y deseaba caerse muerta y hundirse en el arroyo. Su vergüenza subía de punto. Se odiaba, lo odiaba todo, huía de sí misma, deseaba huir de todo, deshacerse de todo. Del vestido que Carmen le había prestado, en el que se desplegaban grandes flores azules, ese vestido del Hotel Central, demasiado corto, demasiado estrecho. De aquel sombrero de paja, nadie tenía uno igual. De aquel pelo, nadie lo llevaba así. Pero eso no era nada. Lo que era despreciable era ella, de los pies a la cabeza. Lo era por sus ojos, ¿adónde arrojarlos?. Por aquellos brazos de plomo, valiente basura, por su corazón, un bicho indecente, por aquellas piernas incapaces. ¡Y paseándose con semejante bolso!, un viejo bolso de ella, aquella mala pécora, su madre, ¡ah, ojalá se muriese!. Le entraron ganas de arrojarlo al arroyo, total, para lo que había dentro. Pero no puede arrojar un bolso al arroyo. Todo el mundo hubiera acudido corriendo, se hubieran preocupado por ella. Pues perfecto. Así ella se habría dejado morir lentamente, tumbada en el arroyo, con el bolso a su lado, y no les hubiera quedado más remedio que dejar de reír.
..Su hermano, Joseph, por aquellos días, todavía regresaba a dormir al hotel. El barrio alto no era tan grande. ¿Y dónde iba a estar Joseph? Suzanne se puso a buscarlo entre la gente. Tenía la cara bañada en sudor. Se quitó el sombrero y lo sostuvo en la mano con el bolso. No encontró a Joseph, pero encontró, de repente, la entrada de un cine, un cine donde esconderse. Todavía no había empezado la sesión.
..Empezó a sonar el piano. Se apagaron las luces. Suzanne se sintió de pronto invisible, inmune, y rompió a llorar de felicidad. Aquella sala oscura de la tarde era un oasis, la noche de los solitarios, la noche artificial y democrática, la gran noche igualitaria del cine, más auténtica que la noche auténtica, más fascinante, más consoladora que todas las noches de verdad, la noche elegida, abierta a todos, brindada a todos, más generosa, más dispensadora de favores que todas las instituciones benéficas, la noche donde se consuelan todas las vergüenzas, donde van a perderse todos los desesperos, y donde toda la juventud se despoja de la espantosa mugre de la adolescencia.
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Marguerite Duras (1914, Gia Dinh, Indochina - 1996, París), fragmento de su novela Un dique contra el Pacífico, 1950. En 1958, se estrena la película, dirigida por René Clément. Con el dinero obtenido por sus derechos, Duras compra su mítica casa, la casa/escritura, Neauphle-le-Château.

domingo, 20 de febrero de 2011

Mujeres en la cultura: El debate pendiente

Ciclo organizado por:
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Clásicas y Modernas, asociación para la igualdad de género en la cultura.
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Debates entre creadoras/es y gestoras/es culturales. Analizar los motivos de que hayan tan pocas mujeres en el mundo de la cultura. En los puestos de mayor prestigio, visibilidad y reconocimiento, especialmente.
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Cita: La Casa Encendida
Todos los actos se realizarán a las 19.30 hs.
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Lunes 21 de febrero: Introducción. Conferencia de Amelia Valcárcel, filósofa y consejera de Estado.

Presentan:
Laura Freixas, escritora y presidenta de Clásicas y Modernas
Marga Borja, creadora escénica y secretaria de Clásicas y Modernas
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Martes 22 de febrero: Literatura. Juana Salabert, escritora, y Nuria Azancot, jefa de redacción de El Cultural (suplemento cultural de El Mundo).
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Modera: Laura Freixas
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Miércoles 23 de febrero: Música. Jorge Fernández Guerra, compositor y ex director del Centro de Música Contemporánea del Ministerio de Cultura, y Paco Cánovas, escritor, funcionario del INAEM -Ministerio de Cultura y ex subdirector general de Música y Danza.
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Modera: Marisa Manchado, compositora y miembra de la Junta directiva de Clásicas y Modernas
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Jueves 24 de febrero: Artes Plásticas. Jesús Carrillo, jefe de programas culturales del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, y Carlota Álvarez Basso, gerente de la Fundación Córdoba, ciudad europea de la cultura, ex directora del Museo Marco, Vigo
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Modera: Marián López Fdz. Cao, profesora titular de Universidad, directora del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid, y miembra de la Junta directiva de Clásicas y Modernas.
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Ronda de Valencia, 2
Entrada libre
Teléfono: 902 43 03 22

martes, 15 de febrero de 2011

Lectura de poemas de Noni Benegas


en La tertulia poética indiojuan
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Fundación Ateneo Cultural 1º de Mayo
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Jueves 17 de Febrero. 19 hs.

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Lope de Vega, 38. 2 planta. Sala 2.1
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De puro extrañamiento
tengo la herida,
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de puro borborito
ensimismado
y atracón de pena
como anfetas
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pero más largo,
extenso, curvo,
un vuelo por allí
ese horizonte que sube
y se disloca
y no parece haber
medida o límite
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y sube y se dispersa
y sube y vamos todos
arriba
subiendo
allá nomás
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Esos estoques
estos cuadriles
cuadriculada estancia
en cada poro
en cada plano:
una mano, un pie,
apenas un codete
y un suburbio del pecho
que sube y baja y se agita
y las rampas, el acceso
preparando como escape
es un puro dolor delicioso
pues aceitado sube
el corazón a verte.
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¿Y por qué este miedo?
¿Y por qué esos ayes?
esta ceguera del ojo acuoso
de la muralla de llanto
y palabras ateridas,
y por qué no tumbarla
y hablar contigo
y por qué no pensar
que así se siente,
sentido tiene,
lo que a solas me digo.
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Los relojes, ¿pesan?
un autómata, pesa?
¿pesa el resorte,
el mecanismo simple
de tres compuesto,
el engranaje,
los puros dientes
las manecillas
que abrir quisieran
y desmontar
pudieran
la máquina en celo,
el instinto cielo
de un metal candente
como estar vivos?
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Pensamos juntas,
es un leve aleteo,
me decís cuidáte
y siento la conseja
como un breve apretón,
aquel que hiciste
dibujando con el gesto
una eternidad de tu mano,
para siempre
en la mía.
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Noni Benegas (Buenos Aires. Vive en Madrid desde 1976), de De ese roce vivo. Libros publicados, entre otros: Argonáutica, 1984. La Balsa de la Medusa. Cartografía ardiente, 1991. Fragmentos de un diario desconocido, 2004. Burning Cartography, 2007, EE.UU. El Beso, 2007. De ese roce vivo, 2009. Ha compilado la antología: Ellas tienen la Palabra: dos décadas de poesía española, 1997, 1998

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